Su mirada parece la de un niño que suplica un poco de atención, mientras que sus manos negras a causa del calor del sol, se extienden cada vez que pasa un transeúnte cerca de él para pedir limosna. El viejo está sentado.
Siempre que voy y regreso de la oficina lo encuentro en su misma situación: triste, en la silla de ruedas, una chamarra sucia y estropeada, su cara arrugada, cabello cano con una leve calva, ojos color café y un poquito delante de él está su pequeña marimba de metal, tan pequeña que sólo podría tocarla un niño. Sin embargo, como ya he dicho, las manos no están quietas. La izquierda toca la marimba y la derecha muestra la palma para sentir el peso del dinero.
Oírlo tocar es como escuchar a un carpintero que golpea madera sólo por cumplir una obligación. La marimba tiene un leve sonido que contrasta con el ir y venir de los vehículos, los tacones de mujeres apresuradas por llegar a tiempo a su destino, la risa de los niños, las pláticas de los estudiantes, el silencio que se convierte en todo y a la vez en nada.
El viejo puede estar en la sombra o soportando los rayos del sol que parecen filosas hojas de espada que azotan su piel, la quema, la hiere. En la acera donde se sienta colinda con el palacio municipal, e igual sobra decirlo, el área es zona comercial, quizás porque pasa más gente que podría compadecerse de él y darle una moneda.
No está solo. Tiene una mujer. Ella es una anciana bajita, viste un vestido que apenas se pueden ver los flores que tenía impresas y que ahora parecen desvanecerse por el tiempo que lleva puesto que hacen jugo con unos zapatos de plástico negro y una media de lana azules. Tiene ojos café igual que su compañero, la piel morena pero con las arrugan que explican una senectud difícil de disimular.
—Una ayudita con lo que quiera cooperar, lo que sea su voluntad. —Pregona con voz suave, voz que suplica.
A diario se ve cansada de encontrarse con lo mismo: indiferencia, ignorancia, soledad.
Camina en busca de ayuda para completar lo poco que tiene. Regresa una vez que ha terminado la jornada de pedir limosna, regresa con su amado. Con ese mismo amor que una mujer hace por su fiel amado. Sin importar el cambio de tiempo.
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